Y una sirena nacio


visitaba con frecuencia aquella extraña y solitaria playa de conchillas en los otoños de San Antonio este y  como siempre al llegar realizaba su rutinaria costumbre de tirar piedritas haciendo sapitos en el agua que él, divertido, se las devolvía dejando a sus pies espumosos algodones de azúcar.

Un día, y como quien no quiere la cosa, sapito va, caracolito viene, mensajitos amorosos y picarones que le mandaba en las conchillas y ella esperaba y escuchaba ruborizándose, se enamoró del mar.

Su pasión por él crecía día a día.

Ella escuchaba su imperioso llamado aunque se resistía, temerosa, a abrirse al amor, pero  cuando su deseo se hizo incontenible decidió volver lo imposible en posible y  se internó en sus aguas más profundas, verdes y calmas en esa porción oceánica protegida de miradas curiosas.

Por primera vez sintió sobre su piel apasionada y loca ese sentimiento que la envolvía como una caricia Suave y cálida.

 El sol del estío fue mudo testigo de esa total entrega, de esa unión mágica e irrepetible.
Y así fue como poco tiempo después, nació Marina la primera sirena, bella, voluptuosa, dulce, que  en las noches de luna nueva acompaña a las barcazas de eventuales pescadores nocturnos, deleitándolos con su canto y amándolos hasta el amanecer.






Y una sirena nació
Cristina Leiva - Cris, Lacarancha

Venceslau Univ dos Scraps Pausto Papetti Soleado






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