El trópico de capricornio hace sentir su
influencia infernal con sus 53ª a la sombra. El sol raja la tierra
y pese a ello, Juegan en la vereda a las 2 de la tarde, cantando en ronda al
ritmo de un alegre palmotear...
Un bichito colorao
mató a su mujer
con un cuchillito
de punta de alfiler
le sacó las tripas y se
puso a vender
¡ A 20 a 20 las tripas
calientes
De mi mujer !
Uno a uno son
eliminados del juego hasta que, al final, en la ultima ronda, el afortunado
ganador va en busca de su premio.
Sin demora todos juntos comienzan a
recorrer las solitarias calles acompañando y alentando al vencedor a
viva voz, con los puños en alto, saltando y voceando
¡ Bichito colorao! ¡ Bichito colorao! ¡
Bichito colorao!
El estruendo que hacen con sus saltos y gritos
es escalofriante; la gente del pueblo se estremece, los más valientes espían a
través de las cortinas pero, igualmente, se encierran bajo 7 llaves, como
todos los domingos a las 2 de la tarde, rogando, suplicando, implorando a todos
los dioses que sus hogares no fueran los elegidos.
El terror que sienten es inmenso.
Saben que ese domingo alguno de ellos
será visitado por los espeluznantes bichitos colorados.
Estos seres son maléficos y persiguen a
las mujeres del lugar.
Ellas tiemblan de terror solo de imaginarse a
expensas de estos bípedos de brazos largos descarnados, uñas agarrotadas como
tirabuzones y ojos negros, saltones, malignos… como el mismísimo mandinga...
hasta que de pronto, pasan frente a su puerta y se detienen.
Ella siente un escalofrío mortal. Presiente. Lo
sabe al instante. Esta vez no tiene escapatoria. ¡Su turno ha llegado!
Apenas empujan la puerta, salta por la
ventana trasera y comienza a correr.
Corre corre corre, corre tan fuerte por
estrechas callejuelas de piedras, amuralladas oscuras sin salida, que le aire
le desgarra la garganta en su titánica lucha por llenar sus pulmones y su
corazón parece reventarle en el pecho.
Su cazador, exultante al verla atrapada,
se abalanza sobre su vejada humanidad mientras su séquito no deja de
emitir el ensordecedor y tenebroso grito de júbilo por la cacería:
¡Bichito colorao! ¡Bichito colorao! ¡Bichito
colorao!
Logra, por un instante escabullirse de
sus garras e intenta escapar. Ve una puerta y la atraviesa, desesperada. Se da
cuenta que es el fin.
Mortuorios candelabros de bronce iluminan
el ébano de siniestros ataúdes haciendo aún más lúgubre ese lugar lleno
de espejos que multiplica la finitud cercana de su dolor… de su miedo… de su
angustia y desesperación.
Sobre el brillante féretro de
severas líneas, reposan tres cajas verdes, aterciopeladas, adornadas con
enormes moños celestes; en 2 de ellas, sobre un costado y con
letras doradas, el nombre del último par de mujeres cazadas y
siente que acaba su esperanza.
La última caja se abre lentamente invitándola
entrar y…
lleva su nombre al frente: Mina,
última mujer de la tierra, escrito con su propia sangre, negra
ya… espesa…coagulada…
Bichito colorao
(Cristina Leiva- Cris. Lacarancha)
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