No le
preocupaba entender el origen de los tiempos, sus misterios ni supuestas
verdades revelando el absoluto final de la existencia.
¡Conocía
todos los secretos!; secretos inherentes a su propia vida grabados con fuegos
voluptuosos, en eternos retornos de periodos cíclicos repetidos una, y otra, y
otra vez..
¡Cómo
importarle si vivía aciagos finales 365 días al año, renaciendo nuevamente en
cada amanecer!
Aunque
mañana no despertara, en su caótico y destructivo universo, una nueva semilla
habría de germinar.
Días
sin salir de su estudio trabajando sin descanso en esa bendita reforma
constitucional.
Si bien son muchas las veces que se refugia en
su trabajo olvidándose de su propia vida, en esta ocasión otras necesidades lo
distren…
Ella,
demostrándole que él era de su exclusiva jurisdicción, lo reclama exigente y en
él su sangre se agolpa en excitante apremio sintiendo que solo la piel de ella,
su cercanía, su olor, sacian su necesidad.
Su
ansiedad por poseerla nuevamente pesa demasiado; solo importa en ese instante
ella y su calentura.
Sin
pensar más, olvida las reformas, las frías leyes, todo…y decide.
Apaga
las luces de su estudio y va en busca de su premio.
Ella
lo espera anhelando ser penetrada con prontitud.
El trópico de capricornio hace sentir su
influencia infernal con sus 53ª a la sombra. El sol raja la tierra
y pese a ello, Juegan en la vereda a las 2 de la tarde, cantando en ronda al
ritmo de un alegre palmotear...
Un bichito colorao
mató a su mujer
con un cuchillito
de punta de alfiler
le sacó las tripas y se
puso a vender
¡ A 20 a 20 las tripas
calientes
De mi mujer !
Uno a uno son
eliminados del juego hasta que, al final, en la ultima ronda, el afortunado
ganador va en busca de su premio.
Sin demora todos juntos comienzan a
recorrer las solitarias calles acompañando y alentando al vencedor a
viva voz, con los puños en alto, saltando y voceando
El estruendo que hacen con sus saltos y gritos
es escalofriante; la gente del pueblo se estremece, los más valientes espían a
través de las cortinas pero, igualmente, se encierran bajo 7 llaves, como
todos los domingos a las 2 de la tarde, rogando, suplicando, implorando a todos
los dioses que sus hogares no fueran los elegidos.
El terror que sienten es inmenso.
Saben que ese domingo alguno de ellos
será visitado por los espeluznantes bichitos colorados.
Estos seres son maléficos y persiguen a
las mujeres del lugar.
Ellas tiemblan de terror solo de imaginarse a
expensas de estos bípedos de brazos largos descarnados, uñas agarrotadas como
tirabuzones y ojos negros, saltones, malignos… como el mismísimo mandinga...
hasta que de pronto, pasan frente a su puerta y se detienen.
Ella siente un escalofrío mortal. Presiente. Lo
sabe al instante. Esta vez no tiene escapatoria. ¡Su turno ha llegado!
Apenas empujan la puerta, salta por la
ventana trasera y comienza a correr.
Corre corre corre, corre tan fuerte por
estrechas callejuelas de piedras, amuralladas oscuras sin salida, que le aire
le desgarra la garganta en su titánica lucha por llenar sus pulmones y su
corazón parece reventarle en el pecho.
Su cazador, exultante al verla atrapada,
se abalanza sobre su vejada humanidad mientras su séquito no deja de
emitir el ensordecedor y tenebroso grito de júbilo por la cacería:
Logra, por un instante escabullirse de
sus garras e intenta escapar. Ve una puerta y la atraviesa, desesperada. Se da
cuenta que es el fin.
Mortuorios candelabros de bronce iluminan
el ébano de siniestros ataúdes haciendo aún más lúgubre ese lugar lleno
de espejos que multiplica la finitud cercana de su dolor… de su miedo… de su
angustia y desesperación.
Sobre el brillante féretro de
severas líneas, reposan tres cajas verdes, aterciopeladas, adornadas con
enormes moños celestes; en 2 de ellas, sobre un costado y con
letras doradas, el nombre del último par de mujeres cazadas y
siente que acaba su esperanza.
La última caja se abre lentamente invitándola
entrar y…
lleva su nombre al frente: Mina,
última mujer de la tierra, escrito con su propia sangre, negra
ya… espesa…coagulada…
Se levantó tan triste. Su soledad se hacía sentir como nunca
antes.
Se miró al espejo con curiosidad
y dolor, desconociéndose.
Una lágrima rebelde había
logrado escapar de la celda en que latenía
atrapada...encerrada... sin salida... sin permitirle ver la luz y desafiante,
recorrió un suave y armonioso camino hasta depositarse en la comisura sus
labios dejándole su sabor salado y amargo.
Su propio reflejo, conmovido,
atravesó el espejo y extendiendo una mano lentamente y con un movimiento dulce y
suave le levantó el mentón, le enjugó la lágrima, le puso rubor a sus pómulos,
le pintó los labios de rojo y dándole un cariñoso golpeteo en sus mejillas le
dijo:
- Sal. Deja que el
sol bañe tu rostro. Sonríe. Conquista tu día. ¡Vamos que se
puede!
Don Antonio, El General, tortura y mata sintiendo
un indescriptible placer escuchando los gritos desgarrados de sus indefensas
victimas atadas con cables y vendados los ojos para no ver sus almas escapar
aterrorizadas de sus cuerpos desvalidos.
Su excitación aumenta ante la vista de la sangre
roja y espesa de esos seres inermes.
Mientras las mujeres del general reunidas para el
ritual de los jueves, jugaban a la canasta evocando infidelidades y tratando
con desprecio a la mucama, reían con sus risas huecas, sin sonidos, solo muecas
agrias como sus vidas cuando, faltando solo 15 minutos para las 5 de la tarde
el general muere ahogado en tanta sangre derramada y ese mismo día bajó a los
infiernos.
Era tanto el calor del averno que bebió mucha agua
y ahogado, se volvió a morir y nuevamente bajó a los infiernos y como el calor
seguía siendo intenso continuó bebiendo agua y otra vez volvió a morir y una
vez más bajó a los infiernos de los infiernos y la sed por tanto fuego no se
apaciguó y se bebió todo un mar de agua salada y volvió a morir y de nuevo bajó
a los infiernos.
La sequedad de su garganta era tan grande,
pero tan grande que una vez más bebió de esa inagotable vertiente de agua
salada formada por las incontables lágrimas de sus víctimas que llenaban el
Atlántico.
Durante este recorrido turístico de
infierno en infierno el séquito de mujeres del general lo escoltaban en su
partida lamentándose de su inmerecido sufrimiento y rindiéndole santo tributo.
En la vereda de enfrente, una mujer de falda muy
corta, tacones muy altos y boca muy roja, con su sombrillita protegiéndose del
intenso sol esperaba por un cliente.
Cuando éste apareció le preguntó -¿Cuánto?- y ella se fue con él.
Las mujeres del general, escandalizadas, la
señalaron con el dedo mascullando entre ellas -¡Que zorra!
Y es al día de hoy que aún estas mujeres,
las mujeres del general, siguen sin
comprender la dignidad de una puta.
Micro
relato satírico sobre la muerte de antonio bussi y las
mujeres
que aquel día custodiaban el féretro muy
compungidas.
Hago
notar que las minúsculas con que escribo su nombre
son la huella de mi repudio y desprecio.
Las mujeres del general (Cristina Leiva - Cris, Lacasrancha)
En mi jardín tenía un
olmo inmenso, de más de diez metros de alto, con sus raíces exageradamente
largas e invasivas. Sus brazos desordenados y enormes eran verdaderos árboles
aéreos de gran porte que cubrían los techos y cobijaban los nidos de los
horneros. Su copa era protectora y muy contenedora, me protegía del intenso sol
del verano y los cientos de pájaro que vivían en ella alegraban mi despertar
por las mañanas.
Un mal día, decidí
sacarlo y contraté un “arbolero” que pasó muchas horas estudiando, analizando
el lugar exacto en que anudaría las sogas; el momento justo en que sus
compañeros jalarían de ella para coincidir con el último hachazo que haría caer
esa rama en el lugar indicado.
La contienda entre el
olmo y el arbolero fue feroz.
Sus ramas respondían
con dureza a los hachazos. Se agitaban. Cimbraban con fiereza ante cada golpe.
Silbaban con el viento y ese silbido se asemejaba mucho a un aullido de dolor.
Presenciar esa lucha
entre el árbol y el arbolero fue estresante para mí y una agonía lenta y
dolorosa para el olmo. Sus raíces le impedían huir de su asesino.
Intenté acariciar su
tronco lastimado por los primeros golpes y me conmovió ver unas enormes gotas
melosas y oscuras derramarse, lentamente, por su corteza, dándole un terrible
marco a la dolorosa y lenta muerte del árbol.
Sentí dentro de mí una congoja
indescriptible.
Palpité su dolor. Me quebré por la culpa. Mi
corazón se
estrujó. La muerte del árbol ((Cristina Leiva - Cris, Lacarancha)
Las transparentes aguas de las vertientes, los colores
ocres de las flores, la suave brisa que se cuela entre las hojas pintas de los
arboles entonan una melodía de amor a la vida...
Es otoño y la luz de la luna transforma a ese solitario
paraje en un paisaje de cuentos... dándole un toque especial, casi mágico, y
allí, ellos... solos... frente a frente, cada uno suspendido más allá de sus
ojos, en la mirada dulce, profunda y ansiosa que conectaba el corazón de
ella con el de él... el corazón de él con el de ella...
Sabían que pronto debían separarse y que tal vez
jamás volvieran a verse, y ella deseó con toda sus fuerzas que el tiempo no
pasara, cuando de pronto cayó aquella estrella fugaz...
Fue entonces que se dieron un beso tan pero tan largo...
tan pero tan intenso, que el tiempo, emocionado y avergonzado por su premura,
ruborizándose, se detuvo en ese ocaso prolongándolo, dándole así
eternidad al amor.
En el ocaso, un amor (Cristina Leiva - Cris, Lacarancha)
El -¿Uno…? Ella - Empiezo
con uno y continuo con otro... y otro... y otro...
hasta desintegrarme en vos convertida en tu aliento... El -Y que esos besos se vuelvan risa... y
canto... y enredados en mi voz, transformados en
suspiros... nos hagan volar…Ella -Y volamos juntos envueltos en este fuego que nos abraza y nos quema...hasta volvernos
cenizas suspendidas en el espacio. El -Y
lentamente, regresarnos en gotas de rocío... húmedos, plácidos, serenos... Ella
-¿Quieres…?
El
-Si... ¿Me das un beso…?
Ella
-¿Uno…?
Ella y él, él y ella disfrutan de este juego de amor infinitas veces hasta que
al fin, pegados uno al otro
Se levantó muy pensativa esa mañana. Fue al baño.Observó con inquietud a su propia
imagen que la miraba desde el botiquín que colgaba de la pared y se detuvo en
sus ojos reflejados en el espejo.
Con
una melancólica sonrisa, con pena y apenas perceptible, penetró en los confines
más oscuros de su alma y viajando en el vehículo de su mirada buceó por esos
mares tempestuosos, llenos de ira contenida, de gritos ahogados, de palabras
calladas, de desilusiones, traiciones y engaños; dolorosos recuerdos de un amor
que, despiadado, se marchara sin aviso dejando en ella ese enorme y silencioso
vacío...
Con
gran coraje llegó a su corazón y de un solo golpe lo eliminó definitivamente de
su pecho...
Respiró
profundamente para retomar fuerzas y lentamente, desanduvo el camino de regreso.
Ahora
sí, contemplándose en la luna descubrió que por fin, esa mirada era
diferente...
La
noche se hizo día.
Ella
había retomado las riendas de su propia vida.