Había una vez una simple mujer llamada Sirc

                                               Había una vez una simple mujer llamada Sirc.

Le gustaba dormir bajo las estrellas,

caminar descalza,

sentir bajo sus pies la tierra húmeda,

mirar el horizonte,

fundirse con el sol,

envidiar a la luna,

bañarse en el rio,

jugar a la rayuela con el viento

anhelar una caricia

subir a la copa de  los árboles

y en una horqueta de brazos  gruesos y firmes

 recostarse a saborear una naranja y  a leer El eternauta.

Había una vez  una simple  mujer

Sirc…

¿Era solo eso?...

Sirc lo tenía todo.

Sobre sábanas blancas

amaba y  era amada

sin culpas,

sin prejuicios,

sin miedos.

Papel de estraza, limpio y perfumado

como un fino mantel en filigrana bordado,

en inequívoco símbolo de su dignidad de vida

cubria su mesa.

Un trozo de pan de campo

compartía con sus amigos,

una jarra de agua fresca

calmaba la sed del que tocaba su puerta,

y en aquel rincón cercano a su ventana,

un florero...

un florero de líneas simples y tranquilas como su espíritu,

con grandes girasoles

que todas las mañanas le enseñaban a adorar al sol.

Sirc asegura, aún hoy, que no conoce la pobreza…

que así de simple es la vida.

Ĉu?... Kiu scias? Vos mondo! Kion vi devas diri? ... Ĉu?

¿Quién lo sabe?... ¡Vos sos el mundo! ¿Qué tenés para decir?...

¿Será verdad?


¿Quién lo sabe?... ¡Vos sos el mundo! ¿Qué tenés para decir?

Frase en esperanto, considerado idioma universal


  1.                    Había una vez  una simple mujer llamada Sirc

Autor; Cristina Leiva

Escritora argentina

Narradora de sentimientos y emociones

La desnuda noche

La noche desnuda

esconde pudorosa

tras la lomada

su ansiedad amorosa

y espía a la fría luna

¡Que luna!

¡A la fría luna ella espía!

 

La luna, lunita luna

antediluvianas historias

de rutas desconocidas

 de besos,

y te quiero,

y caricias,

Ilumina.

 

 

Dorados secretos de juvencia   

en su senectud recuerda,

habitantes de un hueco perdido

en los ventrículos sufridos

de un viejo corazón partido

y como siempre va intentando

superar la ausencia, y no puede,

romántica, la noche, a una reflexión accede:

“Continuamente el tiempo

 con silenciosos pasos

abre sus pensamientos

convocando al pasado.”

 

 

Y ya con la mente fresca

y con el primer lucero

la noche desnuda,

la desnuda noche,

con un manto de estrellas

Comienza a arroparse.

 

¡Que derroche de estrellas

que fue la antenoche

cuando la pudorosa noche

salió de la lomada

vestida de luminoso

terciopelo azul francia

y por un sequito de cometas

de larga cola escoltada,

y sin importar distancias

invitaba a festejar, sin prudencia

con brillantes luces y danzantes astros

la gran audacia que tuvo

de salir de la lomada.



La desnuda noche

Autor; Cristina Leiva

Escritora argentina

Narradora de sentimientos y emociones