Con su rostro acartonado por sus arrugas como el más antiguo de los pergaminos, su mente lúcida aún, descansaba sentada en su sillón de mimbre bajo los tibios rayos de un sol de invierno, sosteniendo entre sus manos delgadas y frágiles, Cien años de soledad.
Cien años de soledad el libro. Cien años de soledad su cuerpo. Cien años de soledad su corazón, gastado… sufrido.
Leyó unas líneas pero la modorra la invadió y la ganó el sueño.
En su mente adormilada se sucedían muchas batallas ganadas a la vida. Recuerdos que ni ella misma los creía vivos ya; recuerdos de amores, de fracasos, aciertos, dolores y alegrías.
Tanto tiempo había pasado y todo ese cúmulo de ansiedades, de objetivos muertos, de deseos vivos danzaban allí, en su mente, pujando por salir.
¡Si! Se sentía joven, hermosa y ligera como cuando tenía 20 años, con los mismos deseos, las mismas ansias locas de saltar, de cantar, de reír, de amar como entonces, solo que su espíritu joven estaba atrapado en un envase viejo y cansado que no lo sentía suyo.
Abrió los ojos sorprendida. La noche era profunda y las estrellas, cual cosquillas del cielo, la rodeaban y la hacían sonreír. Sentía la tibieza de la noche en la piel y en el alma que la acariciaba como su suave mantón de manila de pura seda que le cubría los hombros…
El camino de las lilas
Cristina Leiva, Cris, Lacarancha
Cristina Leiva, Cris, Lacarancha
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