La
levantó del piso y tomándola entre sus manos totalmente enamorado le dijo:
- Ay
mi amor, cuanto te amo. Serás mía toda la vida, mía y de nadie más. Me quieres verdad?
Le preguntó.
-
Me quieres Me quieres Me quieres.!!!
Solo
un tenue crujido de dolor respondía sus preguntas.
- Si si si. Me quieres Me quieres. Yo lo sé. Eres mía, solo mía y de nadie más.
Le decía mientras arrancaba su último, dolorido, asustado, pálido pétalo…
Margarita,
tan blanca, tan nívea tan sola quedó incrustada en la calzada dejando en el
cemento el sello de todas sus cicatrices, desgarradas huellas de cientos de
Margaritas que como a ella a lo largo de la historia, les arrancaron la vida
dejando solo la impronta de largas cadenas de ADN bordando lágrimas de mujeres
de cristal
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