Había una vez una simple mujer llamada Sirc.
Le gustaba dormir bajo las estrellas,
caminar descalza,
sentir bajo sus pies la tierra húmeda,
mirar el horizonte,
fundirse con el sol,
envidiar a la luna,
bañarse en el rio,
jugar a la rayuela con el viento
anhelar una caricia
subir a la copa de los árboles
y en una horqueta de brazos gruesos y firmes
recostarse a saborear una naranja y a leer El eternauta.
Había una vez una simple
mujer
Sirc…
¿Era solo eso?...
Sirc lo tenía todo.
Sobre sábanas blancas
amaba y era amada
sin culpas,
sin prejuicios,
sin miedos.
Papel de estraza, limpio y perfumado
como un fino mantel en filigrana bordado,
en inequívoco símbolo de su dignidad de
vida
cubria su mesa.
Un trozo de pan de campo
compartía con
sus amigos,
una jarra de agua fresca
calmaba
la sed del que tocaba su puerta,
y en aquel rincón cercano a su ventana,
un florero...
un florero de líneas simples y tranquilas
como su espíritu,
con grandes girasoles
que todas las mañanas le enseñaban a
adorar al sol.
Sirc asegura, aún hoy, que no
conoce la pobreza…
que así de simple es la vida.
Ĉu?... Kiu
scias? Vos mondo! Kion vi devas diri? ... Ĉu?
¿Quién lo
sabe?... ¡Vos sos el mundo! ¿Qué tenés para decir?...
¿Será verdad?
¿Quién lo sabe?... ¡Vos sos el mundo! ¿Qué tenés para decir?
Frase en esperanto, considerado idioma universal
- Había una vez una simple mujer llamada Sirc
Autor; Cristina Leiva
Escritora argentina
Narradora de sentimientos y emociones