Ella
pensaba que se habían encontrado a destiempo
sin embargo él aseguraba que ese encuentro se realizaba
en el momento
justo: ni un segundo antes, ni un segundo
después; que ese tiempo era el cómplice perfecto de
los dos.
Tal vez fuera así y tuviera la razón. A lo mejor el tiempo
fuera su aliado, su
mejor amigo pero por lo escaso,
por lo poco, por lo nada que faltaba para
el fin,
ella sentía ¡con tanta intensidad! esa imperiosa necesidad
de abrazarlo
hasta fundirse en el, de acariciar sus
espacios más íntimos, de penetrar en
el por cada uno de
sus poros y traspasar
los límites de su piel llegando al corazón,
navegar en su alma, besar su
voz, beber su aliento,
respirar en un fugaz instante sus suspiros, viajar en su mirada
hasta los confines más oscuros del infierno y regresar juntos,
plácidos y serenos en los calientes rayos de un sol de verano
que entibian y
calman las aguas embravecidas del mar
y al fin comprender que están a
tiempo
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