Cada mañana al abrir los ojos, un nuevo desafío la esperaba
y entonces ella subía a su barcaza y en medio del río, sin importarle que sus
aguas estuviesen mansas, turbulentas, límpidas o turbias, comenzaba a remar.
Remaba... remaba... remaba... hasta que un día se cansó y
pese a que esta vez el aroma a primavera
de la rivera endulzaba su olfato y el verde costero le regalaba su serenidad y
quietud, dejó los remos sobre el borde y se hundió.
¡Basta!
Cristina Leiva - Cris, Lacarancha
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