Buenos
Aires, misteriosa Buenos Aires tan enigmática como siempre.
Recorro
nuevamente tus calles adormecida en esta bomba de cemento de irrespirable vapor
en el efímero instante en que el paseo entre San Telmo y Flores se puebla de
memoria.
Cierro los ojos y toco diferentes texturas.
Hay una que me regocija, que me gusta más que otras; acariciar
una piel a oscuras me transmite sensaciones y emociones de sedosos matices iridiscentes y
luego, esa sensación persiste en el tiempo por culpa de las traicioneras
yemas de mis dedos que impiden el olvido.
Reminiscencias
de besos encerrados, de abrazos invisibles, de suspiros apagados, de lágrimas
ahogadas en mi corazón muerto dibujan en mi alma pompas de jabón.
Remembranzas
vacías, inexistentes.
Recuerdos
de lo que nunca fue se niegan a marcharse y un eco lejano que circula entre las
paredes de altos edificios traen a mi oído aquella olvidada voz que surgía de
la nada, susurrando:
Esto
es el amor, negrita...
Y Siento
en mi espalda sus caricias y me estremezco y me seco una lágrima.
Las
yemas de mis dedos, las traicioneras yemas de mis dedos que regresan a mi mente
la recóndita sensación táctil del contacto con su piel encendiendo mi cuerpo, de
impúdicos deseos, de oscura lujuria, de fuego... de irresistibles ganas de
confundirme otra vez con la eterna danza del amor y nuevamente dejarme
engañar.
Detengo
mis pasos y miro mis manos.
Absorta
contemplo mis dedos que con extrema lentitud se desintegran hasta desaparecer
definitivamente entre el caos porteño, liberándome.
El
recuerdo de lo que no fue parecía tan real, y tan a destiempo.
La yema de mis dedos
Cristina Leiva - Cris, Lacarancha
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