A media luz y recostado en su cama piensa en su muerte.
Sabe que su enfermedad llego a su límite y espera aunque se siente nervioso e intenta relajarse
escuchando a Mozart y con ella lograr que nazca la esperanza de sanar su alma, de
aliviar su espíritu.
Su vida es como un lago
estéril sin que la luna pueda reflejarse en sus aguas turbias, es como un
espejismo caleidoscópico burdo y cruel sobre un abismo, sin que pueda divisar
en el horizonte la existencia del cielo ni del infierno.
Su soledad es grande, su
cobardía dolorosa y sus miedos... ahhhh... sus miedos... sus miedos son tan
profundos.
Deambula sin sentido con un silencioso llanto sumido en sus
propios pensamientos; ya se había dicho todas las
palabras, se había inventado todas las excusas,
había realizado todas las
acciones. Nada más que agregar. Nada más
por hacer. Los deseos y emociones que lo invaden y los que nunca expresó, los
guardaría para siempre dentro de sí.
Hoy que su vida acaba toma conciencia de que el tiempo es
convencional, sin principios ni finales, que los proyectos de futuro son solo
recuerdos viejos colgados en un anaquel de su memoria.
Aunque él sabe cómo nadie que ha vivido muchos “finales
del mundo” se pregunta si éste, solo será uno más en su legajo.
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