Apología de la palabra


La palabra muerde o acaricia, la palabra une o desune. Es arma mortal  o pacificadora, es hielo o fuego, es golpe o abrazo, es calumnia o testimonio. La palabra es monólogo o diálogo… la palabra es poesía y la poesía habita, mis queridos amigos lectores, hasta en ese vocablo pequeñito que escapa de nuestros pensamientos pretendiendo que lo atrapes.

Comprendo esto. Así lo siento y creo y para confirmarlo cierro los ojos  y veo en mi mano un paquetito pequeño, atractivo, misterioso, envuelto en un papel metalizado naranja con dibujos primaverales como el más apetitoso caramelo de miel.

Lo desenvuelvo lentamente y descubro que guardaba… una palabra… Flor.

La tomo con mis manos con sorpresa. Es tan hermosa… arrullo cada una de sus letra con una dulce canción;  la acerco a mi rostro y ella acaricia mis mejillas, la huelo, la respiro profundo. En mis pulmones entra un aire fresco y el ambiente se inunda del aroma a nomeolvides y margaritas.
Esa palabra, Flor, es poesía.

Algunas palabras que escucho en este momento me dan miedo; otras, sentencian verdades que no quise ver, pero cuando con alegría desenvuelvo otro paquetito, esta vez en papel verde e inconscientemente la llevo a mi boca… mmmmm… ¡Que rica!… la saboreo, juego con esta deliciosa palabra que se enrosca en mi lengua, que  se ríe en mi paladar haciéndome cosquillas y entonces de mí brotan notas musicales, mariposas, sueños.

Esa palabra con sabor a mentitas de chocolate, es Amor y Amor, es poesía.

En mis pensamientos se agolpan muchas otras, demasiadas palabras que están allí, sueltas, sin control, pujando por escaparse de mi mente y plasmarse en mis letras o salir de mi boca y volar por el aire como las mariposas hasta que alguien descubra su belleza, las recoja y vuelva a entregarlas como una ofrenda al universo.
Apología de la palabra 
Cristina Leiva - Cris, Lacarancha

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