Sabía
que para caminarlos debía hablar con el viento, contarle sus secretos más
profundos e íntimos, pero temía que
ahora, al abrir sus ojos, después de tanto tiempo sin querer ver, despertaran
también sus recuerdos más antiguos que mantenía en su corazón resguardados por
2 poderosos perros de fu y que la habían marcado tanto.
En
un rapto de gran coraje, después un profundo
suspiro hizo surgir de sus entrañas una gran determinación que cambiaría
su vida para siempre: decidió transformarse en un águila, y tomo como ellas, la
decisión más difícil que pudiera imaginar. Hacerse cargo de sí.
Comenzó
a levantar el vuelo lentamente. El aire acariciaba su rostro, el rocío
humedecía su piel abriendo todos los poros de sus células. Y desde allá... en
lo alto, pudo ver todos los caminos que la llevarían al sol.
Se
miró a sí misma y descubrió que sus uñas eran quebradizas, sin forma, que su
boca tenía un rictus amargo y que su sonrisa no existía. Las comisuras de sus
labios siempre curvadas hacia abajo y, lo más importante, que en ese nuevo
andar como águila, el grueso y opaco plumaje de sus alas recién estrenadas
estaban tan envejecidas como su propia alma, como su misma historia haciendo su
vuelo penoso, lento, muy cansador.
Comprendió
que solo tenía 2 opciones: morir simplemente, sin ofrecer resistencia,
entregándose mansamente a ese destino supuestamente predeterminado o luchar con
fuerzas, con todas sus garras, su furia,
su rebeldía, su energía volviendo a nacer en esta misma vida,
renovándose en una nueva y prolongada existencia, resurgiendo desde dentro de
su alma, demostrándose que se puede.
Enfrentó un proceso muy penoso de
resurgimiento, con 3 años de absoluta soledad en la cima más alta de una montaña, a solas con su cuerpo, con su
espíritu revolucionado, con sus oscuros
recuerdos, con sus inconfesadas
ilusiones, con sus cobardías… con todos
sus temores escondidos.
Descanso
unos días. El viento se apiadó y se transformó en brisa que acariciaba sus
heridas intentando cicatrizarlas con un suave soplo de misericordia.
Con
sus pocas fuerzas recuperadas, comenzó a golpearse contra las piedras hasta
desangrar, hasta que se quedó sin labios… sin dientes… sin lengua… sin gritos…
sin lágrimas…
Y
esperó. Esperó hasta una mañana, comenzó a lucir una hermosa sonrisa nueva y
fresca que iluminaba su rostro y con sus
firmes dientes, blancos y fuertes, desprendió sus uñas una a una… y cuando
ellas estuvieron largas, redondas y rosadas, se sacudió fuertemente tirando
lejos de ella, montaña abajo, toda su antigua vida, y retirando con sus propias
manos sus viejas plumas cargadas de miedos, de
cobardía, de vergüenza y se
esculpió alas nuevas, resistentes, pintadas de los brillantes colores
del coraje y la pasión.
Levantó nuevamente su vuelo dispuesta a vivir mucho
años más, disfrutando del mundo, de la vida, de rosas en su pelo, de mariposas
en su corazón, de satisfacción en su alma por saber que pudo y que era la dueña
y hacedora de esta nueva existencia.
Por
fin, era libre de su pasado, miraba hacia adelante y tenía la certeza de que jamás, jamás,
volvería a claudicar.
Como la sabiduría de las águilas
Cristina Leiva - Cris, Lacarancha
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